ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE MARIO BENEDETTI
Un día como hoy 17 de Mayo pero del 2009, muere en Montevideo Uruguay, el escritor y poeta Mario Benedetti.
"La vida es una máquina/que nos arrastra nos guía lentamente/hasta que un día o una noche/llegamos sin corazón ni pasaporte/a la aduana inflexible del ocaso".
Desde su coherencia nos ha enseñado cómo el humor puede ser fértil, cómo el amor y la lucha pueden ser cómplices, cómo la confianza en el hombre, en el otro, en la otra, tiene que anteponerse a toda desconfianza. El creía en el prójimo sin necesidad de mayores pruebas. Creía, sin laberintos, en los otros y los traía cerca. A nadie le cabe duda de que, como en su poema, defendía la alegría a ultranza. Construía puentes de alegría para oponerse a la tristeza y a la muerte. Era un extremista del optimismo y de la esperanza, sin dejar de lado un agudo sentido crítico y una profunda preocupación por la gente. Un hombre, ya lo dijimos, de una modestia ejemplar, que su amigo Eduardo Galeano explica diciendo que Mario Benedetti no se daba cuenta de que era Mario Benedetti.
Eduardo Galeano

No voy a referirme a las virtudes que tienen que ver con su talento creador porque de eso hablarán largo y tendido las diversas ponencias que van a ser material de debate y trabajo en este par de días aquí en la Facultad. Pero sí quiero referirme a tres virtudes de Mario que me parecen absolutamente excepcionales y que creo que merecen una mención muy especial.
En primer lugar: la honestidad. Yo creo que Mario ha hecho una literatura que es huella digital de todos nosotros y, muy particularmente, de los montevideanos. Algo así como una “señal nuestra de identidad”. Y lo ha hecho a partir de un principio de honestidad que es el que también rige cada uno de los actos grandes y pequeños de su vida. Y esa honestidad paga un precio. No es gratuita. Mario podría ser, obviamente - hoy por hoy - la flor más alta de los jardines de la cultura oficial de este país y como ustedes saben, no lo es. Y no lo es y eso lo honra. Es una prueba más de que Mario está muy contento de ser de carne y hueso y no tiene el menor interés en convertirse en escritor de bronce o mármol y que él encuentra reconocimiento en el acto de comunión que se produce cada vez que sus lectores encuentran las palabras que él nos ofrece. Y que ese es el gran acto de reconocimiento, que no hay nada más hondo ni más importante que eso.
La segunda cosa que quería destacar es: la generosidad. Es una rara “avis”, realmente rara, este amigo que tengo aquí al lado. No sé si habrá otros en un gremio tan difícil como el nuestro. Y no sólo en el nuestro, porque me han dicho que también los dentistas están locos de envidia unos contra otros y que no es claro el panorama entre los plomeros ni entre los ingenieros agrónomos. Pero el sindicato nuestro, el sindicato de escritores, es muy “navajero”.
Y el tercer rasgo – en esta cosa brevísima muy a “vuelo de pájaro” - que yo quería destacar - es: la modestia. Mario es uno de los escritores más famosos del mundo, sin duda uno de los más exitosos de la lengua castellana y, sin ninguna duda, el escritor uruguayo más conocido y reconocido dentro y fuera de fronteras. Sobre todo fuera de fronteras, donde Mario Benedetti se ha convertido en algo así como un “pasaporte” de todos los uruguayos que andamos por ahí. Y, sin embargo, ocurre con Mario lo mismo que ocurre con otro uruguayo muy famoso, muy justamente famoso en el mundo que es Enzo Francescoli, que el otro día yo decía: lo mejor que tiene Franchéscoli es que no se cree Francescoli. Bueno, lo mejor que tiene Mario Benedetti es que no se cree Mario Benedetti. No es un creído. Mario ha conseguido ese tercer milagro que consiste en seguir siendo un hombre sencillo, modesto, por completo ajeno a la fama enorme que su obra, en buena ley, le ha ganado en el mundo. Y eso hace que uno pueda tener con él una relación tan sin ninguna defensa, ¿verdad? Que no hay que defenderse de nada. Se puede con él conversar y compartir de la manera más abierta y cariñosa sin tener que cuidarse de rendir pleitesía al prócer y sin tener que defenderse – por supuesto que no, jamás – sin tener que defenderse de ninguna posible agresión o acto de rencor.
Yo quería decir nada más que estas tres cosas. Son muy simples, muy sencillas, pero son palabras sinceras que vienen muy del fondo de mi corazón.